sábado, septiembre 23, 2006

Parentesis

Ella se levantó un poco borracha y gritó a todos: “¡¡Desde hoy abandono vuestros bocetos del amor!!” y luego de arrojarle el trago en la cara del burdo engaño amoroso, se alejó. Y no se arrepintió para nada.

Recordó cuando se veía al espejo desnuda y llorando, y cuando no lloraba, reía hasta recordar que las razones que la hacían caer en la risa eterna, también la hacían llorar… “Nada te prometo, porque nada tengo” eso le dijeron, como aquel bolero hediondo a pipeño y tinto barato.

Corrió por la calle, sabiendo que bajar en esa dirección la hacia alejarse de todo, aunque de lejos le dijeron: “dame tu dolor y tu pérdida”… y eso la hizo parar su desenfrenada carrera y su sufrida andanza. Sobó su cara y mirando a la “sufriente persona” (al parecer) hizo un raro gesto de desaprobación.

-¿Sabes que toda belleza debe morir?- preguntó “el doliente”
-Entonces déjame partir-
-No sin antes besarte…-replico acercándole a ella, cual culebrón jadeando su sádica aberración, la pobre retrocedió pidiendo valor a Dios.
-Basta, todo esto es inútil- y un suspiro cayó vertiginosamente de sus quebrados labios.

Un silencio se hizo partícipe de la escena.

-¿Por qué no me dejas hacerlo?- él pregunto, y esta vez era de verdad, como nunca se lo había pedido antes
-No sigas ahora, ya es tarde ¿para qué llamarme por mi nombre, si la rosa ya no tiene el sentido para oírte?-

Él silenció la respuesta, tomó su frente como si tratase de reconocer ese gesto en su faz, pero fue inútil.

Ella siguió su camino, recordó que el rumbo era la partida, y mientras caminó lo dejó flotando en el aire del acuoso paréntesis que habían vivido, pensando una respuesta a lo que a continuación le dijo:

-Ni la suave mirada ni el suculento olor de la pasión que conlleva a la rosa a pecar podrá aplacar el pavor de tus celos, lo siento-

Él volvió a entrar al local… ¡que más podía hacer! Aunque quisiese cambiar todo, en su casa lo esperaba su mujer y sus hijos.